La sensación que tenía en el pecho crece con cada segundo, como si mi propio sistema respiratorio rechazara el aire y empiezo a toser, mis hermanos y mi mamá están igual que yo. No soporto la densidad del ambiente y me duele la garganta de tanto toser. De repente la casa se llena de militares y nos detienen a todos. Por alguna razón la abuela y los chiquitos no están por ningún lado y eso me alarma. Cuando nos terminan de esposar y sentar a todos, un hombre que me resultaba vagamente familiar entra y se posiciona victorioso frente a nosotros, suspira feliz y habla.
—¡Familia! —Suelta burlón e irónico—. Nos volvemos a ver.