Ada volteó a la puerta y allí vio a Mike, parado y con una pistola entre sus manos, está tenía silenciador.
Ahora si el corazón de Ada se agitó.
— ¡Vaya, le di justo en el oído! — dijo sorprendido a la vez que divertido.
Ada no le hallaba la más mínima gracia, ni mucho menos verlo con esa postura tan relajada, como si fuera un día de feria.
— Mi querida palomilla, que gusto verte — dijo al fin viéndola y caminando hacia ella.
Ada ni siquiera se molestó en fingir.
— Lastima que yo no sienta lo mismo.
Mike soltó una carcajada sonora.
— ¿Aún estás molesta cariño? Venga si ya ha pasado mucho tiempo.
Ada bufó.
— Si vas a matarme hazlo de una vez, sinceramente no quiero seguir escuchando tu asquerosa boca. Me repugna — se sinceró.
Otra molesta risa salió de la boca de Mike.