solo debía ir a buscar las semillas... solo debía. ¿qué tan difícil podía ser realizar algo tan simple, algo tan rutinario como ello? probablemente ni siquiera lo era, y, sin embargo, una especie de ansiedad sutil se enredaba en su pecho. ignoró deliberadamente cualquier tercer pensamiento que se formara en su mente mientras su sonrisa se expandía, ligera, y salía de su hogar como quien deja escapar un suspiro contenido demasiado tiempo. el mundo afuera seguía siendo igual de radiante. colorido. intenso. cada rayo de sol parecía rebotar entre las hojas verdes y los pétalos vibrantes, pintando todo con una luz casi sobrenatural. esta era su realidad. la más hermosa que jamás había contemplado y, paradójicamente, la misma que veía cada día. lo extraño... sí, lo extraño era que no había nadie más. el aire estaba inmóvil, y el lugar, aunque rebosante de vida en su naturaleza, permanecía completamente vacío. y aun así, esa vacuidad no lo hacía menos real; existía de manera palpable, casi tangible, como si el mundo le hablara en un susurro silencioso.
thomas pensó que quizá era un día especial, tal vez había un motivo por el cual no había nadie más. pero no se detuvo demasiado a analizarlo; simplemente dejó que la curiosidad guiara sus pasos. mientras avanzaba, algo en el ambiente comenzaba a cambiar. una ligera diferencia se percibía: el aire parecía más denso, las sombras un poco más largas, y un silencio distinto flotaba alrededor, distinto del habitual murmullo de la naturaleza. nunca había pasado por aquel lugar antes.