Rápidos e inconsecuentes.
Era entonces, cuando nuestras preguntas no necesitaban respuesta y nuestros actos acababan en espacios vacíos. Ahora echo de menos las tardes sin preocupaciones, dejando que mi risueña abuela me llenase a dulces, al par que la suave melodía de su voz contaba incontables anécdotas de días que ya pasaron.
Después de todo, ambas teníamos algo en común; nos importaba poco el que dirán, una por haber vivido demasiado y la otra, quizás, demasiado poco.