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dominika ㅤ⋮ㅤ A unos metros frente a ella. Lo vio. Ahí. Sus labios se torcieron. Una molestia apenas perceptible.
          
          En esa zona no debería existir nada que pueda hacerla «enojar» a simple vista; sin embargo…
          
          A comparación del resto del club, está era un área realmente tranquila, muy poco concurrida, resguardada para evitar cualquier indeseable que pretendiera colarse sin autorización alguna, algo más propio del «solo personal autorizado» ; aunque, por supuesto, siempre hay algo útil para persuadir al resto, algo que lo hace más sencillo, no como los antiguos métodos en su repertorio antes de obtener esa pequeña llave maestra. Extraño, cuando está vez no necesito usarla para nada, pero llegar ahí si que se trató de un verdadero desperdicio de tiempo.

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Fue entonces que, a dos pasos de llegar al lado del otro cliente que le daba la espalda, sin vergüenza alguna su diestra se alzó con la copa en mano, fingiendo un nada creíble movimiento de su muñeca. Una pésima actuación, donde el verde de sus propios ojos disfrutó como ese vino se vaciaba por completo encima de él, echando a perder la fina tela de la cual reconocía su valor, malgastada en vestir a alguien de la calaña de ese.
            
            —Que torpe soy… Lacrontte —apenas las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa modesta, una que realmente no pedía disculpas, pero que tampoco se tomaba la molestia de fingir por un mínimo de respeto. Su mirada continuaba estampada en aquel líquido, casi satisfactorio ver el cómo se deslizaba por cada suave pliegue del traje. Desde la solapa del saco, el hombro, hasta la división de caminos por el brazo, el pecho y la espalda. Y ella eligió seguir el del pecho, caía con una belleza envidiable, casi vertical como un río rebelde de sangre que termina por estancarse en las gotas pintando el suelo protegido por la alfombra, tan cerca de estropear uno de esos zapatos relucientes por el lustre. Un pequeño resoplido marcó su satisfacción, alzando la mirada para volver su atención hacia el carmín ajeno. —Siempre sueles estar en lugares que no te competen que, simplemente, no te vi en esta ocasión —a pesar de que sus ojos tratan de imitar una falsa señal de perdón, su sonrisa no se molestó en ocultar su verdadera intención. —No me digas, ¿será que por fin ese «pequeño trastorno» tuyo ya no lo soportas? Aunque es drástico llegar hasta los camerinos por buscar… consuelo —no evitó que una pequeña mueca de burla aparezca en su rostro, terminando por desviar el verde de sus ojos a los pasillos que los acompañaban—, o tal vez… solo te metes dónde no te llaman.
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Las luces tenues iluminaban con una paz indebida, o quizá se trataba de una tentadora invitación a continuar descendiendo a lo largo de aquel camino, enriquecido con cada nuevo pasillo abrazando a quien lo cruzara con sugerentes pinturas enmarcadas con un cuidado al detalle, de por más, sorpresivo. Todas las paredes teñidas del burdeos, aquel rojizo repulsivo, tan mezclado con el púrpura más despreciable que podría imaginar. Que elección tan particular, los peores tintes posibles; en estos momentos, lo peor era de por sí el peor de los dos. Pero esas mismas paredes conducían hacia el pasillo de los camerinos a la derecha, ¿o estaban a la izquierda? ¿Ambos llevaban a distintos camerinos? Quizá, ¿solo se trataba de los cuartos de limpieza? Por ahora debe aceptar que no tiene ni la menor idea de las ubicaciones en esa área, no estaba perdida, pero tampoco tenía la completa seguridad de a dónde iban sus pasos realmente; aunque, por supuesto, eso no era algo que fuera a aceptar en voz alta. Y justo ahora hay algo más importante que si era una verdadera molestia, o no tanto, solo era esa ínfima mancha de suciedad pegada a una ventana. No te quita la visión de lo que realmente te importa, pero cuando te das cuenta de ella, solo deseas que… desaparezca.
            
            La mujer llegaba de un camerino, a pesar de que su ropa permanecieran impecables. El único buen recuerdo de su paso por ese lugar era la copa que aún sostenía entre los dedos: llena de vino, un rojo profundo que tan fácilmente pudiese ser confundido con sangre, que giraba con una cadencia hipnótica en medio de su entretenimiento. Tan detestable tonalidad. De algo es útil, combinaban con la mirada de alguien que no debería estar ahí.
            
            Sus pasos continuaron su rumbo inicial, firmes pero suaves, como si nada sucediera en realidad. En esta ocasión, lo mejor era no probar una gota de alcohol.
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william ㅤ⋮ㅤ Una de las mesas más lejanas, solitaria, apartada del centro de atención en dónde varios recibían la atención trivial o deseada que buscaban dentro del club. Apenas alzaba la mirada por ratos, no por interés genuino o mera curiosidad por entenderlos, sino quizá por estar demasiado ansioso de ser el primero en ver a quien siempre buscaba dentro del Club. Esa era más o menos su «rutina diaria» en cada nueva ocasión que sus pies entraban a aquel lugar que en casi nada combinaban con la propia sensación irradiaba por su personalidad o presencia. ¿Cuántos ya se lo hicieron notar? Él mismo lo aceptaba. Su error debe haber sido precisamente pisar ese club el primer día, de no haberlo hecho, ahora podría seguir con él sin esa barrera; pero, de nunca haber llegado, quien sabe si hubiese podido entender lo que realmente sucedia. Lawrence dió un suspiro, agotado mentalmente antes de volver a esa imagen tranquila en medio del bullicio, calmo ante la tenue fragancia a licor y perfumes de distintas categorías inundando en lo hondo de sus fosas nasales.
          
          Consigo, sobre la mesa, llevaba un trago. ¿Era un cóctel? Algo nuevo para salir de la rutina, pero apenas probó unos cuantos sorbos. La noche todavía era demasiado joven para que esa copa estuviese vacía. Quizá una hora llevaba su espera, la de él y del pequeño paquete envuelto en colores platinados que descansaba a su lado, ansioso por ser abierto por las manos indicadas a pesar de no contener un artilugio ostentoso, como puede lo eran gran parte de los obsequios que algunos tenían el valor de traer. Si tuviese el dinero suficiente, tal vez podría ayudar en algo.

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De nada servía pensar en el hubiera. Ahora estaba ahí, luego de una jornada laboral y clases, esperando, enterado que no estaba disponible en ese momento para hablar con él por unos minutos. Así que siguió en su propia actividad, navegando entre las variadas fotografías que su cámara conservaba, tan antiguas que le permitía recordar lo perdido y casi tan recientes como para darle el empujón a sus sentimientos por quién aguardaba esa noche, como otras tantas, ahí… Está vez se quedó observando por más tiempo la imagen inmortalizada en un objeto tan preciado para él. Nada más que la persona por quién asistía al club, o mejor dicho, por la verdadera persona quien es cuando no están dentro de ese lugar. Porque ahí estaba aquel chico, sin las suaves pinturas que lo resaltaban como una obra colgada en las grandes galerías que alguna tuvo la oportunidad de visitar; sin los objetos ni ropas provocativas que lo hiciesen más lascivo a las miradas ansiosas por un contacto físico; sin esas luces esplendorosas, capaces de volverlo el centro de atención. Oh, no, en esa fotografía solo existía la naturaleza, vida, la luz de un día tan cálido, un gesto tan real que le fue imposible no desear conservarlo más allá de sus recuerdos; porque en esa foto no existe nada más que una persona común y corriente que… Volteó casi de inmediato al sentirse acompañado, bajando la cámara a la mesa para evitar que se viese la fotografía.
            
            —Disculpe, ¿busca algo o a… alguien? —su voz dudó un poco al hacer aquella pregunta, demasiado tarde se había sentido observado por ese color carmín que ahora veía, pero prefirió no hacer conclusiones apresuradas. Aunque sus cejas bajaron ligeramente, analizando con cautela silenciosa. El rostro del otro hombre se le hizo demasiado conocido. Y pronto lo recordó, pues en una de las noches que le tocó esperar, pudo ver que su contrario fue uno de los que alguna vez estuvo con Asahi… O respetando su decisión, Alistair.
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