No sé bien cómo explicar lo que es Bodoque para mí. No es un simple gato, y nunca lo ha sido.
Lo encontré envuelto en un cartón mojado, temblando, flaco, herido, después de la muerte de su madre. Nadie lo miraba. Nadie lo iba a recoger. Estaba tan solo como me sentía yo ese día.
Y cuando lo levanté, con las manos heladas, me miró como si ya supiera quién era yo.
Como... si me hubiera estado esperando.
¿Eso era posible?
Al principio era huraño, agresivo, me odiaba como si yo fuera la responsable de su situación, me quedé por qué en algún momento él cambiaría... Y así fue.
Desde entonces no se despega. Me sigue por la casa, duerme a mi lado, y cuando me ve llorar me lame la cara como si pudiera limpiarme la tristeza.
A veces me deja una hoja, una piedrita, una pluma. Me regala cosas chiquitas como si fueran tesoros. Y lo son.
No hace falta que le hable para que sepa. Tiene esa forma de entenderme sin que yo diga nada, de quedarse cerca sin invadir. Es mi lugar seguro.
Cuando todo me duele, él se acuesta sobre mi pecho y me recuerda que aún estoy viva. Que alguien me elige. Que no estoy sola.
Bodoque es mi hogar. Es... lo único que tengo que no ha desaparecido.
Y a veces tengo miedo de que él se vaya...
