¿A quién acudiré? Si he cegado a mi madre, la he desobedecido, ¿Cuál será su mirada, Dios mío? No puedo suplicar su ayuda, no puedo abrazarla y llorar, ¿quién calmará mi pesante angustia? ¿Qué haré sola, mi Dios divino? ¿Cómo salgo de esta cloaca dónde me he permitido indignamente caer más de mil veces? ¿Quién me ayudará si no puedo gritar porque me salven? ¿Cómo abro los ojos de esta pesadilla?
Dios mío, bendito, ayúdame, por favor, escúchame, ya no sé que hacer. Jamás sufrí así por ningún obstáculo, ¿qué pasa ahora? ¿Es acaso que me he quedado sin piernas y voz? ¿Cómo hago entonces para avanzar si aquel sigue cortando de mi carne? Me ha dejado sin corazón, lo ha pisoteado y se ha burlado de mi llanto. Me ha dejado sin amígdalas, me ha arrebatado mis labios alegres y me ha dejado el ceño fruncido. Se ha tragado y regurgitado mis sensores. Las heridas que me ha ocasionado siempre están abiertas.
Yo peleo, créeme que peleo, Dios mío, con todas mis fuerzas, pero él echa sal sobre mí, para quemarme viva, se burla de mis gritos y los ignora. ¿Qué hago, Dios mío? Si peleo y resisto para no ser indigna, si no soy sumisa ante sus agresiones y respondo casi a su altura, y aún así sus puñaladas siguen exprimiendo mis ojos y matando mis latidos. ¿Qué puedo hacer? ¿Quién puede ayudarme? Dios mío, escúchame, te lo ruego. Extraño tanto a mi mamá, necesito que me guíe en esta situación que me está matando lentamente. ¿Cómo puedo hablar con ella sin ocasionar un escándalo, Dios mío?
Ayúdame, por favor. Ayúdame a salir.