—¿Entonces qué haremos?
—El amor.
—¿Seguro?
—Sí.
—Excelente, me voy desnudando.
—¿Y para qué te estás quitando la ropa?
—Pues para hacerlo.
—¿Quién te dijo que tienes que hacer eso para hacer el amor?
—Pues que yo sepa, así se hace.
—No, eso no es amor, es posesión.
—No entiendo, ¿y cómo se hace?
—Sólo déjate puesta la ropa y hablemos hasta cansarnos, hasta intentar descifrarnos, hasta saber todas tus memorias, hasta saber nuestros hondos secretos, hasta deleitarme con verte, hasta que estos ojos se cansen y me obliguen a dormir.
—¿Y vas a forzarlos a estar abiertos?
—Sí, para mirarte sólo a ti.