des-corazonad6s

no m dare la vuelta

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estoy llorando okk
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devilman__jx1dx1

Mi pregunta es

devilman__jx1dx1

Siento ganas de
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devilman__jx1dx1

Casi se me cierran los ojos, y solo duermo cuando genuinamete algo me afecto 
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devilman__jx1dx1

Me tape los oídos porque no queria oírla 
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yo misma m paniquee

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TODAS MIS AMIGAS ESTAN DEACEUDO Q FUE LINDO hdsakjdhkjwd, y a mi novia l gusto
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     ⎯⎯¿quién.eres.tú?⎯⎯dijo finalmente. No buscaba infundir miedo, aunque el miedo era inevitable. No lo impediría. Dejaría que aquel sentimiento naciera, que se alimentara a sí mismo hasta devorarlo todo. Porque el temor, cuando florece, purifica. Consume lo inútil, lo débil, lo que estorba al alma para que solo quede el hueso de la verdad. ⎯⎯tú.eres.más.de.lo.que.crees.⎯⎯  Añadió en un suspiro que olía a ceniza.
          Otro paso. La sangre —si podía llamarse así— seguía cayendo, gota a gota, formando un charco espeso que manchaba el suelo de un rojo que no brillaba. Era un espejo torcido donde el sufrimiento se miraba a sí mismo y se reconocía. ⎯⎯y.yo.lo.he.descubierto.te.he.estado.cuidando…aquí.allá.siempre.⎯⎯  Sus dedos rozaron la mejilla ajena. El tacto fue frío, casi piadoso. La sombra cubría su rostro, y solo su sonrisa permanecía visible, suspendida en el aire como una herida abierta. No era una entidad. No era una persona. Era un vestigio de ambas cosas, un pensamiento que se negaba a morir. Existía, sí… pero de un modo tan difuso que incluso la realidad dudaba de su presencia. Y en ese instante, entre la penumbra y el silencio, el mundo pareció inclinarse ante él, como si reconociera —en su quietud— la ruina de algo sagrado.

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Alguna vez, esa sonrisa había hecho llorar a mortales y arrodillar a los creyentes. Ahora, solo la sombra la acompañaba. Y en su memoria, flotaba el recuerdo de una joven —una ausencia que dolía como una herida abierta—, la única que había osado mirarlo sin temblar. ¡Cuán vacío se encontraba sin alguien a quien atormentar! Los miserables que aún vagaban por aquellas ruinas no bastaban para saciar su hambre. No había placer en el sufrimiento débil.No, jamás sería igual. Jamás lo sería. Y aun así, la suerte le sonreía con ironía: tenía frente a él algo distinto, un entretenimiento al menos tolerable en su larga condena.
          
               sus labios, que parecían trazados con la pintura de un cadáver, se separaron con lentitud. La línea carmesí se curvó, revelando una abertura casi inexistente. De ella emergió una voz. No era humana, aunque imitaba la dulzura de una. Era el sonido del aire escapando de una tumba, del polvo recordando cómo fue la respiración.  ⎯⎯la.pregunta.⎯⎯ susurró. Su tono era suave, demasiado suave, y por eso mismo, más inquietante. Cada palabra sonaba como una oración rota, una plegaria ofrecida a un dios sin nombre. Avanzó un paso. Luego otro. El filo tocó su cuello y lo cortó apenas, dejando que un hilo oscuro descendiera por la piel. No era sangre. No tenía olor. No tenía calor. Era una sustancia que imitaba la vida, pero que no pertenecía a ella.

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    podría haberse apartado, sí. Podría haber respondido con el mismo filo, replicando la violencia, devolviendo la amenaza con igual precisión. Pero no lo hizo. No lo haría. Porque aquella proximidad lo fascinaba. Lo envenenaba dulcemente. Adoraba el roce involuntario del otro, la forma en que su cuerpo invadía el espacio entre ambos, esa línea invisible que separaba el control de la entrega. Sus ojos —oh, sus ojos— se clavaron en los ajenos. Dos cristales teñidos de un carmesí idéntico al suyo, el color de la sangre en el crepúsculo, el tono del corazón abierto al aire.
          Tan exactos. Tan prístinos. Tan terriblemente familiares. Aunque no fueran los mismos que conociera antaño, conservaban un fulgor inconfundible: la huella de lo que una vez fue suyo. Y lo seguirían siendo, aunque el mundo se reescribiera mil veces. Porque nadie más que él tenía el poder de decidir qué era suyo y qué no.
          Y esa criatura —tan frágil, tan hermosamente corruptible— sería suya. Pero todo a su tiempo. Siempre había sabido esperar. La paciencia era su arma más silenciosa, su virtud más cruel.
          
              sus manos se cruzaron tras la espalda. El gesto era simple, casi inofensivo, pero escondía la tensión de un depredador que contiene su instinto. Su rostro, por otro lado, se deformó en una sonrisa. No una cualquiera, sino una sonrisa inquebrantable, casi mística, tan perfecta en su quietud que parecía esculpida sobre mármol. Era el tipo de sonrisa que hace retroceder incluso al valiente, que hiela la médula de quienes la miran demasiado tiempo.