"Lector mío, seas quien fueres, no te espero muy propicio, porque, siendo verosímil que estés preocupado de muchas de las opiniones que impugno, y no debiendo yo confiar tanto ni en mi persuasiva ni en tu docilidad que pueda prometerme conquistar luego tu asenso, ¿qué sucederá sino que, firme en tus antiguos dictámenes, condenes como inocuas mis decisiones? (...) Aquellos que escriben para desterrar preocupaciones comunes no deben poner en duda en que recibirá el público con desagrado sus libros.  En caso de que llegue a triunfar la verdad, camina con tan perezosos pasos (...) que el autor, mientras vive, sólo goza en vano consuelo de que le pondrán a corona de laurel en el túmulo. Buen ejemplo es el del famoso Guillermo Harveo, contra quien, por el noble descubrimiento de la circulación de la sangre, declamaron furiosamente los médicos de su tiempo, y hoy lo veneran todos los profesores de medicina como oráculo. (...)
Aquí era la ocasión de disponer tu espíritu a admitir (...) cuán expuestas viven al error las opiniones más establecidas. (...)
Si nada te hiciere fuerza y te obstinares a ser constante secretario de la voz del pueblo, sigue norabuena tu rumbo. Si eres discreto no tendré contigo querella  alguna porque serás benigno y reprobarás el dictamen, sin maltratar al autor. Pero si fueres necio, no te puede faltar la calidad de inexorable. Trata mis opiniones de descaminadas por peregrinas, y convengámonos los dos en que  tú me tengas a mí por extravagante y yo a ti por rudo."
                                                                                  Benito Jerónimo Feijoo.