Estoy tan mal,
que volví a tomarle foto a la luna.
Esa costumbre rota que revive
cada vez que me rompo un poco más.
Ahí está, altiva,
posando en silencio para mí,
como si supiera
que ya no me quedan palabras
para decirle a nadie que duele.
Brilla,
como tú cuando me abrazas sin querer,
como el “quizás” que siempre pesa más que el “sí”.
Y yo la miro y la envidio.
Porque ni en mis mejores noches
he brillado así.
¿Será que debo soltarte?
¿O será que esta fase oscura
también pasará como ella,
cambiando de forma
pero sin dejar de estar?
La luna me escucha,
como tú cuando te hablo y no entiendes,
como yo cuando me callo
esperando que adivines el caos.
Y yo aquí,
intentando capturar su luz
en una imagen borrosa,
igual que intento retenerte
en un amor que no sé si sana o desgasta.
A veces pienso
que mi cámara nunca la retrata bien,
como mi alma nunca te entiende del todo.
Quizás no está hecha para eso.
Quizás yo tampoco.
Estoy tan mal,
que le hablé a la luna de ti,
y no me respondió,
pero me devolvió su reflejo.
Y entendí que ni ella,
con toda su calma y altura,
sabe si lo correcto es quedarse o partir.