Mi nombre es David Gómez.
Consideremos que soy uno de esos poetas de manos zurdas y falanges come-uñas. De los que sueñan con la arquitectura de un rascacielos por el amor platónico a una de esas nubes tonalidad grisácea y a su corpóreo lagrimeo de dos por dos milímetros de aguacero.
Podría describir mi transcurso por el caudal de este río como una corriente marina de revolución frenética. Uno de esos niños duelo, me atrevería a decir; de los que confían en el vuelo y en el precipicio. En resumidas cuentas, en aquello que denominamos miedo.
Aislé la emoción en la fotografía, y , a día de hoy sigo secuestrando al sentimiento de vez en cuando en un zulo de 4000x3000 milímetros de píxeles que dan voz al silencio del eco pensamiento que ronda a este transeúnte de recuerdos.
Crecí bajo festivales de vendavales y afirmo con total seguridad que la huella cimentada es gracias al pavor del paso anual. Y, quizás, por eso mantengo en el limbo al sistema límbico en ocasiones.
Por que este poeta siempre halló el compás del deletreo en la melacolía.
Y en ello baso cada trabajo y proyecto personal.