Lo siento… perder al amor de tu vida rompe algo que no vuelve a encajar jamás.
Desde que te fuiste, el mundo sigue girando como si nada, y eso duele más. Duele ver amanecer sin tus mensajes, dormir con el silencio donde antes estaba tu voz, respirar sabiendo que el aire ya no te trae de vuelta. Me quedé con palabras atoradas, con promesas que no se cumplieron, con planes que ahora solo existen en mi mente y en mi pecho cansado.
Te llevaste una parte de mí. No una pequeña: la mejor. Esa que creía, que soñaba, que se sentía segura cuando te miraba. Ahora camino rota, funcionando por inercia, sonriendo por costumbre, pero por dentro todo grita tu nombre. Nadie te reemplaza. Nadie ocupa tu espacio. Porque tú no eras solo amor, eras hogar.
Me duele recordar y me duele intentar olvidar. Me duele aceptar que el “para siempre” no fue como lo imaginamos. Y aun así, si tuviera que elegir otra vez, te elegiría mil veces, aunque supiera el final. Porque amarte valió cada lágrima que hoy me ahoga.
Si algún día el dolor se vuelve más liviano, no será porque te olvidé, sino porque aprendí a cargar con tu ausencia. Viviré con este hueco, con esta cicatriz que lleva tu nombre, porque amar así deja marcas eternas.
Te perdí… pero nunca dejaré de amarte.