Ya no me duele como antes, y eso me asusta un poco. Durante tanto tiempo pensé que el dolor era lo único que me mantenía unida a vos, como si dejar de doler fuera también dejarte morir del todo. Pero ahora solo sos una calma rara, una sombra tibia que pasa a veces por mi cabeza cuando miro el cielo y el viento sopla igual que aquella tarde. No sé si te extraño o si solo me acostumbre a extrañarte, como quien aprende a vivir con una cicatriz que ya no arde pero sigue ahí, recordando algo que alguna vez fue profundo. He dejado de buscarte en las canciones, aunque a veces alguna melodía todavía me traiciona. Ya no te escribo todos los días, pero cuando lo hago, me sale esta mezcla de ternura y distancia, como si te quisiera desde otra vida. Supongo que eso somos ahora: dos historias que se rozaron con demasiada intensidad y luego siguieron su rumbo, llevándose un pedazo del otro en silencio. Te sigo queriendo, pero de una forma tranquila, sin la desesperación de antes. Te quiero como se quiere un recuerdo que ya no duele, como se mira el mar sabiendo que no hace falta tocarlo para sentirlo. Tal vez eso sea el verdadero amor: no el que quema, sino el que queda. No el que exige, sino el que respeta la distancia. Y si alguna vez te pregunto en sueños cómo estás, no es para que vuelvas, es solo para saber si también aprendiste a respirar sin mí.
