[...] y no es que la soledad mate, ni el dolor ni el resentimiento, lo que finalmente termina por destruir tu alma a pequeños desgarros es la culpa... y con ello el más profundo odio nace, no hacía la sociedad o a la vida, sino hacía ti mismo y como consecuencia queda un vacío en tu pecho que en ese instante parece perenne.
Y a veces lo es.