Mi nombre es Nekane y nunca fui capaz de acabar una novela. No sé, quizás fuera por mi miedo a escribir estupideces o a que a nadie le gustara lo que hay escondido en mi cabeza. Solía sentirme atrapada por un remolino de ideas durante las primeras cinco páginas pero, después de éstas, nada. ¿Y ahora qué camino tomará mi protagonista? ¿Qué pensará? ¿Qué dirá? ¡Ya está todo escrito por gente que inventa historias mejores que las mías! - repetía yo, una y otra vez, para mis adentros. 

Una vez escribí sobre una escritora que no tenía ideas y que un día recibía un e-mail con remitente oculto que le prometía darle un argumento perfecto para la “novela del siglo”. La citó en el puerto de una ciudad italiana, Civitavecchia. Me estudié la geografía del país, las calles de la ciudad,  describí los paisajes, el puerto, un temporal al más puro estilo Edgar Allan Poe, un cuervo que repetía una y otra vez “nunca más” y un viaje en una barca inestable hacia un buque de grandes proporciones. Fin. No pude escribir más por que pensé Oh, mierda, no sé nada de barcos ¿Y ahora cómo la subo a bordo? ¿Volando?

Nunca fui capaz de defender una idea hasta el final y, de hecho, cuando iba al instituto pedí ayuda a una profesora del departamento de lengua. Lo que ella me dijo fue, básicamente, que para escribir una buena novela primero tenia que pensar en su argumento, su nudo y su desenlace y, posteriormente, hacer un esbozo de ello sobre un papel para no olvidar ningún punto importante. Realmente, hasta día de hoy, ese consejo siempre me pareció una tremenda idiotez y tan inútil como lo son las dilataciones en los lóbulos de los occidentales. ¿Qué sentido tiene escribir una historia así si no tiene ningún misterio para quien la escribe? 

En fin, ya veremos qué tal me sale el cuento y si consigo que su final sea, sino curioso, feliz.


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