Y él le lanzó una mirada con esperanza, con suplica y anhelo inexplicable que sólo podía profesar su corazón, pero su mente gritó lo contrario y amargamente ante el rechazo constante, decidió hacerle caso -Te odio- gritó, creyendo que así su dolor se reduciría y que todo se resolvería. Pero cuando vio las lágrimas estallar de sus luceros, lamentó haberle hecho caso al cerebro en asuntos del corazón. -Entonces déjame ir, no te quedes con quién odias y suelta lo que te lastima - él lo supo, supo con ver esa mirada que todo intento por recuperarla estaba perdido, incluso aunque su toque efímero haya erizado su piel, la esperanza murió con el sutil contacto de sus labios y una inminente despedida. -Cuídate, gracias por todo. Amor mío - y ahí murió. Se rompió en llanto y ella solo pudo alejarse. Él entonces comprendió, que el amor no es lo doloroso, lo que hiere realmente, lo que duele y atormenta, son las decisiones que por ello se toma.