No soy bohemia como asegura todo el que no me conoce, no pinto, no dibujo, no canto. Quería decirte que no actúo en obras de teatro, que no escribo poemas. No bailo, no soy gótica, ni porrista, no soy tesorera ni segundo capitán. No soy una lesbiana que a salido del clóset y se siente orgullosa, ni una trilliza, una borracha, un genio, una hippie, una cristiana, una puta. No soy nada, me gustan las películas, tomo el mundo lo sabe -las adoro- pero nunca estaré al frente de ninguna porque mis ideas son estúpidas y están desordenadas en mi cabeza. No hay nada diferente en eso, nada facinante, interesante, que valga la pena mirar. Tengo un pelo horrible y ojos de tonta. Tengo un cuerpo que no es nada. Estoy demaciado gorda y mi boca es increíblemente fea. Mi ropa es una broma y mis bromas son desesperantes y complicadas y nadie más ser ríe con ellas. Hablo como una imbécil, no sé decir nada que haga a la gente pensar como yo. Hablo mal de todo el mundo y luego me enfurruño cuando no me llaman. La manera en que me muevo de forma torpe tirando cosas, mis calificaciones normales y mis intereses estúpidos, me hago la interesante y meto la pata, digo cualquier tontería y pienso que es algo inteligente. Finjo como una imbécil, bromeo como una loca. No soy romántica, no soy tonta. Solo los estúpidos pensarían que soy lista. No soy nada que nadie debería saber. Soy todos y cada uno de los miserables imbéciles a los que he desdeñado y pretendido no reconocer. Soy todos ellos, cada uno de los últimos detalles horribles de un mal disfraz de última hora. No soy diferente, no soy distinta a otra partícula cualquiera. Soy una imperfección imperfecta, unos restos manchados. No soy nada, nada de nada. No hay estrellas en mi vida. Los últimos cerillos fueron mi única luz, lo único que me quedaba, y luego esos cerillos esos que tú me diste, cabrón, esos murieron y se convirtieron en nada también.