En su infancia, la hija está atrapada en una existencia dominada por la obediencia y el cumplimiento de las expectativas maternas. Esta etapa de su vida se representa simbólicamente a través de la figura de la muñeca, un ser que vive únicamente para satisfacer los deseos y demandas de su madre. La muñeca debe estudiar francés, inglés, manualidades, teoría y solfeo. No tiene voz propia ni deseos personales; se ajusta a la perfección a lo que se espera de ella, siguiendo un conjunto de normas y reglas impuestas por una madre que, constantemente insatisfecha, la ve como una extensión de sí misma.
La mamá, siempre preocupada por que su hija se convierta en la niña perfecta, se asegura de que no haya margen para el error. En este mundo, la hija es presentada como un ser ejemplar, la muñeca perfecta, que toma Redoxon, una vitamina C que le es dada como parte de una rutina. El Redoxon aquí no es solo una medicina, sino una metáfora de la aceptación ciega de lo que se le impone. Aunque la hija no entiende por qué lo debe tomar, se ve obligada a ingerirlo, pues su madre le ha dicho que lo necesita. Este acto refleja la sumisión a una autoridad externa, el cumplimiento de una norma sin cuestionamiento. Es como una "cura" impuesta desde fuera que la hija tiene que aceptar sin poder decidir por sí misma. Además, el Redoxon puede interpretarse como una manifestación de la sobreprotección materna, una necesidad de la madre de evitar que su hija sufra, de protegerla de cualquier fragilidad que pudiera enfrentar, ya que ella misma ha tenido problemas de salud, como el asma. La hija, al tomarlo, no solo está cumpliendo con una obligación, sino también con el deseo de su madre de mantenerla "sana", para que no pase por las mismas dificultades que ella vivió.