La idea de arrancar mis sentimientos
es un laberinto imposible.
Hay cosas eternas,
y una de ellas habita en mí:
lo que siento.
Puedo guardarlo en silencio,
pero nunca olvidarlo,
jamás volverlo indiferente.
Me desafío cada día
a cargar con este peso invisible
que se convierte en mi vida.
Quieren cambiar mi forma de ser,
como si pudieran arrancarle la voz al corazón.
Pero eso es inmutable,
una llama que no se apaga.
No sé cómo terminará esta historia,
solo sé que nunca dejaré de amarle.
Y si un día decide irse,
aprenderé a habitar entre las ruinas
de mi propio pecho,
como tantas veces lo hice.
¿Por qué todos saben decepcionar tan cruelmente?
¿Es tan difícil amarme bonito?
Quizá haya respuesta,
pero prefiero no mirarla de frente.
El mundo sorprende con su crueldad,
desgarrando lo más puro
que alguien puede ofrecer:
un amor sin máscaras.
Por más que intenten torcer mi esencia,
mi forma de amar,
no lo lograrán jamás.
Sueño con que un día alguien
sea merecedor de esta entrega desnuda,
de este sentir intenso,
puro, transparente.
Aunque temo a las grietas,
sé que siempre me acompañan.
He cargado con daños antiguos,
y aun así respiro entre ellos,
tratando de sobrevivir.
Dicen que no tengo dignidad,
que me dejo pisotear,
que me humillo.
Pero no lo entienden.
Mi pensamiento no se inclina ante nadie,
solo mi corazón,
que se rompe en pedazos cada día
y se vuelve un dolor eterno
que nadie percibe,
que nadie comprende.
Por eso me alejo,
no para salvarme,
sino para no seguir lastimando a quienes
no soportan mi manera de amar demasiado.