"Quisiera abrir lentamente mis venas
Mi sangre toda
Verterla a tus pies"
"Para poderte demostrar, que más no puedo amar
Y entonces
Morir después"
"Sombras nada más
Entre tu vida y mi vida
Sombras nada más
Entre tu amor y mi amor"
"Qué breve fue
Tu presencia en mi hastío
Qué tibias fueron
Tus manos, tu voz
Como luciérnaga llego tu luz
Y disipó las sombras
De mi rincón..."
Recordar es vivir, vivir es sentir... Y en el sentir, están las sombras del dolor.
Sombras que en la mente moran, y pacientes están, para volverse a reflejar, y hacer sentir en cada gota de mi ser, haciendo vivir el carne propia aquel momento.
Sombras listas para , para poner la carnada de los recuerdos, que te atrapan y te atraen, como una pequeña e indefensa presa, para una vez de haber caído en la trampa del recuerdo, enterrar los dientes del dolor, el remordimiento y la nostalgia.
Que cada mordida, es como un vacío en el pecho, y un lobo en la cabeza.
Un lobo de sombras, cuyas garras enterradas en el pecho, son el extrañar, el anhelo de algo que ya fue y ya no existe más.
Pero la mordida final, aquella que termina con el aliento de la pequeña presa, es el anhelar y el extrañar la ilusión y esperanza pasada... De algo que jamás existió, o que solo fueron migajas de un sentir y un corazón, que jamás te perteneció.
Y lo más cruel, es que después de todo el sangrar y el llorar... Aquel lobo de sombras, te vuelve a levantar, seca tus lágrimas y te da una palmadita en la espalda.
Con el único fin, de otro día, poder volverte a desgarrar, porque no se alimenta de tu carne, si no de tus dolores y tus lágrimas... Y esas a diferencia de la carne, pueden ser exprimidas, tan solo siendo un muerto en vida.