Buenas noches, damas y caballeros, desde mar abierto, a vuestro servicio, el serviola. Entramos en un mar desconocido, con una carta náutica poco precisa, rocas sin señalar por donde quiera que se mire, y una tormenta amenazante asomando por el horizonte. Me pregunto cómo se portará nuestra pequeña corbeta.

 Fijaos en aquel navío, cortando grácilmente las olas, ignorando la merejada y el temporal. Ya habrá superado los diez nudos. Y aquella fragata, con demasiado velamen desplegado, enfrentándose a la tormenta dando bandazos y con la costa a sotavento. No llegará a su destino.

 Nos toca a nosotros ahora abrirnos paso a través de este mar desconocido, con cientos de peligros que descubrir, miles de aventuras que vivir, millones de historias que contar. Un mar donde naves poco marineras y sin orden a bordo han destacado y llegado a puerto sanas y salvas; y donde bejeles con un gran capitán y buena tripulación han perecido por un golpe de mala suerte. Un mar donde grandes embarcaciones se yerguen en la cima del mundo o yacen en el fondo del océano. Me pregunto qué será de nuestra pequeña corbeta.

 Pase lo que pase, continuaré apostado aquí, vigilante, hasta que me arranque de mi puesto un golpe de mar, o hasta que a las cuatro suenen las ocho campanadas del cambio de guardia y me pueda ir a descansar. Lo que quiera que ocurra primero. Y, siendo sincero, a veces no estoy seguro de preferir una cosa u otra. Al fin y al cabo, lo mismo me da dormir con el diablo que con una tripulación del demonio. Pero, mientras tanto, siempre podéis contar con vuestro serviola eficaz. Despierto, atento, y con los ojos bien abiertos. Os guiará hasta acabar en el puerto. O perdidos en el fondo del mar.