kim hong-jin, un hombre de origen surcoreano que había logrado huir de hábitos negativos (se dedicaba a las apuestas) se unió a la armada surcoreana para huir de un jefe mafioso, y desde ese día su vida cambió, pues el ejército le dio un propósito, una razón para vivir, para mejorar, y así fue escalando poco a poco su camino en esta hasta llegar a kortac, donde conocería a personas increíbles, y algunas no tanto. algunos soldados disfrutaban de molestarlo con su acento torpe, su dificultad con el inglés y el español, y es que deben entenderlo, no lleva tanto en este lado del mundo, aún no se adapta del todo al cambio de horario y a los distintos idiomas, pero lo intenta.
músculos relajados y tranquilidad, una ducha era todo lo que necesitaba. ahora lleva un pantalón de chándal, una camiseta blanca y unas pantuflas, pues... no usaba zapatos en interiores, hábitos de su cultura, solamente los usa en el gimnasio del establecimiento para entrenar, y, obviamente, en combate. ahora, mientras se paseaba por el lugar dirigiéndose por un vaso de agua, uno de los soldados lo detuvo “señor kim, el coronel könig lo lleva llamando desde hace una hora”... oh, carajo.
corriendo se dirige hacia la oficina del mencionado austriaco, y cuando se le concedió el permiso, ingresó a esta, acabando de rodillas frente al enmascarado.
— 형, 미안해요... — susurra, cuando estaba nervioso no podía evitar utilizar su lengua natal, era un instinto que a veces tenía, en este caso diciéndole “lo siento”. — yo entrentar... en... trenar... uhm... — su cabeza termina baja. — 내가 일부러 그런 거 아니에요. — sí, sonará a lengua demoníaca, pero solamente le dijo “no quise hacerlo”. — pasar... no volverá... — murmura el asiático, posando sus manos sobre sus propias piernas y bajando en una breve reverencia, rezando internamente porque el contrario lo perdonase.