Yo no sé de qué escribo cuando escribo pero escribo porque no sé qué cosa me hace escribir. Yo no aprendí a escribir porque hablara antes de nacer, antes de hablar. Pero el asunto es que a mí la palabra me posee y yo no poseo a la palabra. Cuando se trata de ella, me siento femenina en mi masculinidad de hablante. Soy una posesa de la palabra, y para mí no hay posibilidad de exorcismo.

Por eso velocísimo de las circunstancias es que me nace <me funciona> la escritura auómática, al estilo de los dadaístas.

Pienso en una palabra y ya. Esta vez pensé (<rojianamente>) en <velocísimo>y me lancé a teclear; así, sin más.

Hay algo fraternal en las palabras. Nace la complicidad cuando las palabras me "acariñan". Yo no sé nada. Mis coordenadas son la ingenuidad, la espontaneidad (o automatismo poseso), la vulnerabilidad, y saberme camino a la nada... y por eso teclear, teclear, teclear, como si se tratara de caricias o patadas... y a veces de gritar mudamente, mudamente, mudamente.

Recuerden eso: Mudamente.