La novela Dear Teacher ha conseguido, de manera inesperada, trascender en mi experiencia lectora, aunque no precisamente por sus méritos literarios, sino por su notable capacidad para provocar risa, aun cuando su intención original no pareciera ser la comedia. Es un testimonio singular de cómo la combinación de una narrativa inmadura, diálogos excesivamente cursis y una construcción argumental deficiente puede dar lugar a una obra que, lejos de conmover o generar interés, se convierte en una parodia involuntaria de sí misma.
Desde las primeras páginas, me vi inmerso en un torbellino de situaciones tan exageradas y absurdas que resultaban difíciles de tomar en serio. La relación entre el profesor Roger Waters y su alumno Syd Barrett está plasmada con tal grado de exageración melodramática que cualquier intento de generar tensión emocional se diluye en lo ridículo. Los personajes carecen de profundidad psicológica, sus motivaciones son inverosímiles, y los giros narrativos rozan lo absurdo, al punto de que, en más de una ocasión, me descubrí riendo a carcajadas ante el desfile de clichés y situaciones forzadas que componen la historia.
No puedo evitar agradecer a su autor lucifersam-y por haberme brindado un momento de entretenimiento inesperado. Aunque dudo que la obra haya sido concebida con este propósito, lo cierto es que me ha hecho reír más que muchas comedias intencionadas. Dear Teacher es, en definitiva, un recordatorio fascinante de cómo la falta de refinamiento en la escritura puede, paradójicamente, generar un efecto humorístico involuntario que resulta, en su propio modo, sumamente disfrutable.