Me gustan mis manos. Me di cuenta hace tiempo, supe que llegaría a hacer algo con ellas. 
Tengo los dedos finos y uñas presumiblemente bonitas, las uñas de mi padre. Las palmas rugosas como esparto, las mismas líneas de la vida que mi madre.
"Esta niña va a ser pianista", dijeron cuando nací. Casi aciertan. No sé hacer sonar la primera nota. No entiendo una partitura. Pero aprendí a hacer sonar otras cosas, a componer música con latidos sostenidos, a sostener el alma con música latente. A darle vida a las ideas marchitas, a dibujar conjugaciones diestras, a frecuentar el folio más que el espejo.
Las manos son para un poeta lo mismo que para un cirujano. Una herramienta de trabajo. Un arma de inspiración masiva. 

Me gustan mis manos.