Un martes 13 de hace dieciséis años decidí que era hora de salir a ver mundo. Tenté a la suerte desde el primer momento de mi vida. Mi madre se preguntaba porqué yo era tan diferente a las demás, porqué prefería jugar con un coche en vez de con una Barbie. Incluso yo llegué a planteármelo cuando alcancé esa etapa de pre-pubertad por la cual todos pasamos. Un día lo comprendí. Estaba cansada de esperar a que un príncipe viniera a rescatarme de esa torre en la que todas vivimos cuando tenemos trece años y aún creemos que los cuentos de hadas existen. Fue en ese momento en el que me fijé en la princesa de la torre de enfrente. ¿Es esto una forma demasiado metafórica de explicar la primera vez que me enamoré de una chica? La cuestión es que lo hice y si lo hice fue por alguna razón. Desde entonces he cambiado mucho, o eso es lo que me dicen continuamente mis amigas. Supongo que esa es la razón por la que ni siquiera me llaman por mi nombre. Andreo, Alcachofa, ¿John? Pero he de admitir que en el fondo me gusta. Y creo que debería dejar de escribir antes de que salga humo de mis dedos. Aquí tenéis una pequeña parte de mí, lo demás está en mis novelas. ¿Podéis adivinar que es?