La gente dice que lo peor de las fiestas familiares son las discusiones políticas. Otros acusan a los cuñaos de ser los que arruinan el buen humor de los demás. Y algunos afirman que son los pequeñajos que dan la brasa a los mayores lo más difícil de aguantar en estas fechas.
Todos ellos se equivocan.
Lo peor, lo verdaderamente terrible, aquello que haría temblar al más valiente guerrero es... el parchís de seis personas.
Esa creación malévola, aunque inocente ante la mirada de los incautos, es una existencia que supera a los infames Monopoly y Uno en malignidad.
El parchís de seis no es como su homólogo benigno. Él no busca tu diversión, él lo que quiere es atraparte a ti y a tus cinco desafortunados compañeros en una espiral infinita de tiradas de dados y eliminaciones de fichas.
Da igual cuanto lo intentes, que seas el mejor estratega, al que mejores números le salgan... Justo cuando por fin, después de mucho tiempo de avanzar entre enemigos, una de tus fichas esté a punto de alcanzar el objetivo final, alguien la matará y la devolverá al inicio de todo.
Porque el parchís de seis es una tortura infernal comparable al castigo de Sísifo. Él se alimenta de la maldad humana: de las puñaladas traperas, de los susurros y engaños entre jugadores, de las barreras que impiden maliciosamente el paso de las fichas...
Así, durante horas, el parchís de seis obliga a sus prisioneros a sufrir horas de estrés y ansiedad hasta su conclusión en la victoria más insatisfactoria posible por parte del jugador que nadie esperaba y quería que ganase.
Y es que ni con su final el parchís de seis te concede el dulce placer del alivio o la deportividad.
Por lo tanto, os advierto, oh, pobres almas ignorantes. No juguéis a esa creación del diablo, no cometáis el mismo error que cometimos nosotros.