No podía dejar de llorar. Por más que tratara de contenerme, las lágrimas seguían cayendo sin control. Todo mi cuerpo temblaba, y el aire frío del hospital solo hacía que me sintiera peor.
Tanjiro estaba ahí, acostado en esa cama blanca, con la frente vendada y el suero conectado a su brazo. Su respiración era débil, pero seguía vivo. Eso debería tranquilizarme, pero no lo hacía. Cada vez que miraba su rostro pálido, sentía que me desgarraba por dentro.
Mamá y papá estaban igual de devastados. Papá no había dicho una sola palabra desde que llegamos. Mamá, en cambio, estaba furiosa.
—Su estado es delicado —dijo el doctor con seriedad—. La herida en su cabeza fue profunda. Estamos controlando la fiebre, pero hay riesgo de infección. Haremos todo lo posible, pero... hay que estar preparados para cualquier escenario.
Las palabras me golpearon como una bofetada. Mi estómago se revolvió y mis piernas se sintieron débiles. No... No podía ser...
—¡Esto es tu culpa, Nezuko! —El grito de mamá me hizo estremecer—. ¡Se suponía que lo estabas cuidando! ¡Si hubieras estado más atenta, esto no habría pasado!
Mi pecho se encogió.
No pude responder de inmediato. Tal vez porque sabía que era cierto.
—...Lo sé. —Mi voz apenas fue un susurro—. Si hubiera sido más cuidadosa... Si no hubiera ido por esos malditos helados...
Las lágrimas nublaron mi vista otra vez.
—Preferiría ser yo la que estuviera en esa cama... No Tanjiro...
Mamá no dijo nada más. Solo se cubrió el rostro con las manos y salió de la habitación. Papá se quedó ahí, inmóvil, mirando a su hijo en silencio.
Y yo... yo solo podía quedarme al lado de Tanjiro, deseando que todo esto fuera una pesadilla.