La silla azul se sienta en silencio junto a la ventana, esperando que el reloj revele sus secretos. Una ondulación de pensamientos persiste, fugaz pero constante, como si el tiempo mismo no estuviera seguro de qué dirección tomar. La luna tararea suavemente, aunque nadie puede oírla, y las nubes cambian de forma como un rompecabezas que ha perdido sus piezas. El aire está cargado de la promesa de algo que nunca ocurrirá, pero de alguna manera todo parece un poco más cierto que antes.
En algún lugar, un sonido resuena, aunque no hay nadie para escucharlo. Las paredes están llenas de ecos, pero no hablan con nadie en particular. Es solo la naturaleza de las cosas, hacer eco sin razón, rebotar de un pensamiento a otro sin llegar nunca a ningún lado. Los pasos son silenciosos, pero parecen hacerse más fuertes cuando se cierra la puerta. Tal vez nunca estuvieron allí.
Sobre el escritorio, el bolígrafo espera, aunque no sabe qué está esperando. El papel también está listo, pero ¿para qué propósito? No hay respuesta, solo el suave sonido del rasguido de algo siendo escrito, aunque las palabras no parecen importar. Están allí, luego se van, como un recuerdo que nunca se pega del todo.
Si miras lo suficiente el cuadro en la pared, comenzarás a ver más de lo que no está allí que de lo que está. Los colores se mueven en círculos lentos, pero no hay un camino claro, ni un destino. Todo parece moverse en el mismo lugar, como las olas que nunca tocan la orilla, siempre justo fuera de alcance.
