las manecillas del reloj marcaban una hora indecente: 06:12 a.m. demasiado temprano para la mayoría… excepto para esclavos del sistema académico y algún que otro insomne con gusto por el espresso.
Atlas llevaba apenas quince minutos de turno. el vapor de la máquina se tamizaba en el álgido ambiente mañanero, y él—mientras estiraba los brazos como si acabara de despertar ahí mismo—intentaba decidir si era buena idea experimentar con sirope de maple en un cappuccino.
fué entonces cuando una ráfaga de aire helado, junto al tintineo de la campanita en la puerta anunciaron una presencia ya conocida.
Aurora. envuelta en un abrigo símil a un esquimal, pero él juraría que la reconocería en cualquier lugar. incluso antes de confirmar con su vista periférica: aquél paso rítmico, el rastro floral mezclado con prisa, esa energía de “quiero mi café antes de pensar en existir”.
ella siempre llegaba temprano, siempre medio dormida, siempre adorable en su propio orden rígido. y mientras tanto él, que llevaba semanas haciéndose el interesante cada vez que coincidían, dejó que un gesto lento y malicioso le animara la cara.
se apoyó en la barra con el antebrazo, inclinándose apenas mientras la observaba acercarse. cuando Aurora finalmente atendió hacia su dirección, Atlas se enderezó y le dedicó su arma más peligrosa: una sonrisita mitad coqueteo, mitad desafío.
—vaya, mira quién madrugó más que el sol. seguro viene por su dosis de magia líquida. —la saludó con un tono cálido, como si hablara solo para ella (qué técnicamente, sí)—. ¿lo de siempre… o hoy es de esos días?
antes de siquiera terminar la oración, ya tenía una mano en el vaso xl, pero sin maniobrar nada aún. esperaba su respuesta. le gustaba esa micro pausa, ese instante en que podía mirarla de cerca, atrapando el brillo somnoliento de sus ojos.
era su forma favorita de empezar el día.