Sus ojos eran como la miel, pero irónicamente hablando. Su color, al mirarme tan vivos pero el amargo de la vida se reflejaba en ellos. Sus labios, la tortura misma y el dolor que me proporcionaba cuando los tocaba con los míos, pero se sentía bien, como una posibilidad dañina. A él lo amé como ninguno, pero estaba aterrada de lo que pasaría si le entregaba mi corazón por completo a quién decía quererme. Me reprimí. No lo hice. Terminó yéndose. Y yo, simplemente lo dejé ir. Desde ahí, entendí que la vida no se detiene por nadie, y que somos efímeros, que pronto este sentimiento lo sería.
5:27 am.
Lo perdí.