En un rincón del mundo, un perro apareció,
con su risa contagiosa, nos hizo reír de tal emoción,
todos lo llamaban el perrolol, su alegría era su don.
Corría por los campos, saltaba sin cesar,
juguetón como un niño, siempre alegre al caminar,
su cola se movía, dibujando un divertido zigzag.
El perrolol amaba a cada ser viviente,
a los pájaros, a los gatos, a la gente sonriente,
con su mirada tierna, conquistaba corazones de repente.
Un día apareció una nube gris en su cielo,
una tristeza profunda nació en su pelo,
su risa cesó, parecía haber perdido el anhelo.
Pero la vida es sabia y siempre nos sorprende,
un niño lo encontró y su tristeza rompió de repente,
con su amor y cariño, volvió a hacerlo sonreír ferviente.
El perrolol volvió a saltar, volvió a ladrar,
su risa volvió a llenar el aire, a todos alegrar,
un verdadero amigo, que con un ladrido podía consolar.
Esa palabra, perrolol, será sonrisa eterna,
un recuerdo imborrable, una historia tierna,
el perrolol nos enseñó que en cada rincón del mundo,
hay amor y alegría que no conocemos, pero que se esconde.
Así, con su risa y su amor, el perrolol nos enseñó a vivir,
a valorar cada momento, a sonreír sin cesar,
y aunque ya no esté presente, su espíritu siempre recordaremos con afán.