“— es que me enoja pensar que la seguís esperando, o que estás esperando que te hable o que te busque.
— no va a buscarme.
— ¿y si te habla?
— no va a hablarme, créeme.
— ¿y vos no querés hablarle acaso?
— sabes perfectamente que no puedo hablarle. si ella se acerca, debo alejarme, y lo mismo sucedería si yo me acercase. ya corté todo. además, no entiendo por qué estás tan enojada.
— porque me veo en ella, y sé lo que duele.
— entonces dejemos esto acá porque me dolería perderte a vos también por esto. ”
Y fue la última vez que hablé de vos en voz alta. Y duele.
Duele, pero me alegras.
Pero me quemas.
Pero me haces reír.
Pero me haces confiar.
Pero me haces desconfiar.
Pero me haces calmar mí temperamento.
Pero me haces enojar.
Y así es un sinfín de emociones. Todas tuyas.
Tristeza:
“Me pesa el corazón y el alma, y me tira para abajo cada que algo me recuerda a vos.”
Rabia:
“Odio la puta distancia porque me encantaría romper el contacto cero con tal de decirte que estoy en el aeropuerto.”
Nostalgia:
“Lamentablemente (para mí) sigue siendo una de mis fantasías favoritas.”
Rabia:
“Odio no poder dejarte ir totalmente.
¿Por qué no puedo enamorarme de nadie más? Me siento tan idiota al seguir a cualquiera que se parezca a vos, con tal de sentir un poco de calor. Pero no son vos.
Y lo odio.
Odio tener que conocer a alguien más, joder. Lo detesto. No quiero conocer a nadie más.
Yo quería que fueras tú. Deseaba y anhelaba con mí alma que fuera una puta telenovela donde los personajes terminan juntos siempre, y sin importar qué.
Me siento tan estúpido. Siento que volví a ser el idiota de trece años que se enamoró por primera vez tan fuerte, que a pesar de haber sido básicamente golpeado con látigo en mano con tal de "enfocarme" en mis estudios, volvía a su lugar seguro; con quién creyó el amor de su vida. Y por quién no volvió a experimentar nada por años.”