Acababa noviembre cuando te encontré. El cielo estaba azul y los árboles muy verdes. Yo había dormitado largamente, cansado de esperarte, creyendo que no llegarías jamás. Decía a todos: ¡miren mi pecho!, ¿ven?, mi corazón está lívido, muerto, rígido. Y hoy, digo: miren mi pecho, mi corazón está rojo, jugoso, maravillado.