Me duele el pecho.
Me duele el pecho de todo lo que callo.
Me duele el pecho de lo que he llorado, y lo que aún me queda; por lo que me guardo y sé que nunca contaré.
Me duele el pecho por todo lo que estoy sufriendo.
Me duele el pecho por toda la inseguridad que estoy arrastrando. Más aún. Aún más desde entonces.
Me duele el pecho, sí. Pero también me falta el aire.
Y de verdad pienso... ¿Qué he hecho tan mal, que haga que me merezca ésto? ¿Qué problema tengo? ¿Qué está tan mal conmigo?
¿Por qué no para de aumentar el peso que cargo? ¿Acaso no era ya suficiente? ¿Qué me queda por probar, por seguir, por demostrar? ¡¿QUÉ MÁS SE ESPERA DE MÍ, POR DIOS?!
ESTOY HARTA DE LLORAR. DE PASARLO MAL. SOLA. SIN PODER GRITAR QUE ME DUELE. QUE QUIERO IRME. QUE NO PUEDO SEGUIR ASÍ. QUE ME CONSUME. CUANDO NO PUEDO HUIR, PORQUE NO ME ESTÁ PERMITIDO.
¿SE ME PROHÍBEN COSAS CUANDO LOS DEMÁS PASAN POR ENCIMA DE MÍ?
Tonta de mí, que respeto lo que quieren. Que sigo pensando que todo volverá a ser como antes. Tonta de mí que me dejo pisar y sigo poniendo mi empeño, cuando deberían besarme los pies por todo lo que me han hecho pasar.
Maldita la hora, de verdad lo digo, siento y pienso. Maldita sea la hora en la que me volví tan sumamente imbécil. Arrastrarme, yo... Cuando antes no lo hice, ahora vivo de rodillas.
Penoso.
Asco, sí. Asco me doy a mí misma.
Ni todas las heridas hechas valen para castigarme.