Estoy, aunque mi forma se derrame despacio,
un trazo que tiembla sin buscar un espacio.
La brisa me nombra con voz sostenida,
y me deja flotando en la orilla de la vida.
La sonrisa aparece, ligera, cercana,
como un hilo de luz que a nada se afana.
Juega en el aire, sin rumbo preciso,
un gesto pequeño que anuncia su aviso.
El cielo respira su azul sin premura,
un manto sereno sin filo ni hondura.
Se tiende sobre mí con calma sagrada,
como quien abraza sin pedir nada.
La luna, redonda en su suave derroche,
brilla sin prisa en el lomo de la noche.
No exige fulgor, apenas avanza,
un faro discreto que siempre me alcanza.
Yo sigo en este pulso que a nada se aferra,
ligera, despierta, sin guerra ni tierra.
Caminando en la línea donde todo combina,
donde el alma respira
y el verso…
se inclina.