"Y estando en la guerra, en el peor escenario de todos, fue cuando logró ver la verdadera persona que se encontraba tras su fachada Narcicista.
Su expresión de pánico contrastaba sus ojos grises cristalizados, a punto de llorar. Se encontraba cubierto completamente de polvo, con las costosas vestiduras rasgadas y malogradas. Tenía abierto un corte a lo largo de la cara que sangraba, al parecer no se había dado cuenta o simplemente no se había molestado en remover el hilo de sangre que chorreaba hasta su cuello.
Había quedado como si le hubiesen lanzado un petrificus totalus, su mirada estaba perdida y horrorizada mientras se acercaba al otro lado del, ahora destrozado, corredor. Se tiró al piso cerca de los escombros y se largó a llorar.
La castaña lo miraba desde lejos: tan frágil, tan débil, desprotegido. Confusa por la situación se acercó cautelosamente hacia él. Tenía entre brazos el cuerpo sin vida de una mujer pálida, esbelta y rubia como él. A un lado, en el suelo y por los escombros, yacía también un imponente hombre de traje negro, con cabello un poco más abajo de los hombros.
Y ahora la ojimiel lo entendía, el porqué de su mirada aterrorizada, de sus lagrimas. Sus padres habían muerto. Y si antes no tuvo a nadie que le brindara calor más que su madre, ahora no tendría a nadie consigo. Y fue algo, que a la castaña le rompió el corazón".
