[•♠︎Sergei♠︎•]
La risa amarga aún vibraba en mis oídos cuando la vi desaparecer entre la multitud. Hazel y su jodida manía de jugar con fuego.
Me quedé de pie en medio del club, con las luces neón parpadeando sobre mi piel y el eco de la música vibrando en el suelo. Idiotas. Eso había dicho. Que se rodeaba de idiotas para divertirse. Y sin embargo, la muy infeliz tenía el descaro de señalarme a mí como el celoso y posesivo.
Un camarero pasó a mi lado con una bandeja llena de copas. Le quité una sin decir palabra y me la bebí de un trago, dejando que el ardor quemara mi garganta. Mierda.
Cuando salí del club, el aire helado de Moscú me golpeó con fuerza. La busqué sin buscarla. No la iba a seguir, pero mis ojos igual la buscaron. Típico.
Me encendí un cigarro y exhalé el humo con calma, apoyándome contra la carrocería del coche. No tenía idea de a dónde habría ido, pero algo en mi instinto me decía que no se había ido a casa.
Y por supuesto, tenía razón.
Minutos después, la vi a través del ventanal de una cafetería cercana. Sentada sola, con las piernas cruzadas, revolviendo su café como si no hubiera destrozado mi paciencia hace menos de quince minutos.
Apagué el cigarro contra la palma de mi mano, sintiendo el ardor en la piel. Jodida Hazel.
Sin pensarlo dos veces, crucé la calle y empujé la puerta del local. La campanilla tintineó suavemente cuando entré. No me molesté en disimular mi presencia, no era mi estilo.
Me acerqué a su mesa con paso seguro, arrastrando una silla y sentándome frente a ella. Si pensaba que podía largarse después de soltar esa mierda y dejarme con la cabeza a punto de explotar, estaba muy equivocada.
Apoyé un codo en la mesa y la miré fijamente, con una sonrisa ladeada que no alcanzaba mis ojos.
—¿Sabes? Me parece jodidamente divertido cómo siempre corres cuando las cosas dejan de estar bajo tu control.