Dio un par de golpecitos en la puerta, con la esperanza de que el chico estuviera en casa y no hubiera olvidado su pequeño compromiso.
— ¡Cass! —Llamó, nervioso. Habían quedado que ese día acompañaría al azabache a pasear a sus perros, con la excusa (no del todo mentira) de intentar que Monroe manejara mejor su temor hacia estos animales.