En cierto modo, soy semejante al patético monstruo creado por el doctor Frankenstein. No me siento partícipe de este mundo pequeño y mezquino donde he nacido, no pertenezco a ningún lugar y nada tengo en común con aquellos a quienes, por clase y condición, debería considerar mis iguales. Desgraciadamente, como le ocurre a la criatura del relato, el precio que he de pagar por ser distinta a los demás es la soledad. Allí, al otro lado del océano, se encuentra mi anhelo secreto, mi libertad.