Adelante iba, sus rápidos pasos dudaban más cada que se alejaban de la inmensidad de estudiantes. Ahí, un lugar poco concurrido, trayendo consigo a alguien, sujetándolo de la muñeca como si temiese que aquel juguetón depredador se le fuera a perder a mitad de camino. Aunque, tal vez su diestra lo agarraba un poco (demasiado) fuerte. ¡Los nervios iban a terminar por provocar que le partiera la muñeca!
Lo soltó de golpe.
—Creo que aquí está bien... —alcanzó a murmurar sin voltear a ver a quien arrastró consigo sin dar ninguna explicación de por medio. Puede que encontrarlo a mitad de los pasillos, agarrarlo sin importar lo que estuviera haciendo y llevárselo cuan muñeco de trapo frente al resto de alumnado no fuera la mejor elección. Mucho menos no haberle dicho ni una sola palabra durante todo el recorrido. ¿Qué diablos estaba haciendo?, ¿qué estúpida idea se le cruzó por la cabeza? ¿En qué momento creyó que era una buena idea? Frustrándose, nuevamente se quedó callado, dando la cara solo para volver a hacer otra tontería más. Rápido, lo sujetó de los hombros, ignorando la diferencia de sus alturas, obligándolo a sentarse sobre la banca cubierta por la tenue sombra de las hojas del árbol que los acompañaba. Fue en ese momento cuando no supo modular sus emociones. Casi a la misma altura, ver a Damián desde tan cerca hizo que un poco de esos molestos nervios se posen en su rostro, en el brillo de sus ojos, en el colorido de sus mejillas.