«La herida que siempre sangra es aquella que va de la mano con el amor, pero el amor propio. Crecer con tantos eventos que solían destrozarme también trajo consecuencias al futuro. Consecuencias que si bien ligadas a mis demás problemas traía como resultado a largo plazo el terminar destrozada y ser incapaz de recomponer los pedazos. Todo dolía. Dolía el espejo de la sala, la vitrina de la tienda, el modelo de la revista. Todo dolía. A veces sangraba, a veces ardía, pero nunca sanaba. La herida se mantenía abierta y con el tiempo aumentaba. La perfección llegaba a llevarme a los extremos donde la desesperación era latente. Quería la perfección. Quería serlo, aunque fuera imposible. Dudaba de mí, de las cosas que daba, de mis relaciones, de mi trabajo. Nunca fue suficiente. La herida poco a poco empezaba a sangrar y, si no lo detenía, terminaría manchando a gente que no merecía ser culpada de un crimen que no había cometido. La herida ya estaba ahí, y tenía miedo de desangrarme. »