Cosas tan raras, tan poco relevantes. Puros análisis literarios o antropológicos que nadie nunca ha pedido escuchar. Cuando lo veo ponerse de pie, cuando toma su celular para hacer otra cosa, o cuando se encierra en sus propios pensamientos ignorando mis palabras e interrumpe mi hablar...es molesto. Porque pienso tanto, cocino tanto mis palabras para expresar lo que tanto analizo en mi cabeza, pero ¿quién va a querer escuchar mi análisis monográfico de 4.000 palabras? ¿Quién se va a interesar por las acciones heroicas de Emily Davison o Margaret Fuller? ¿Quién querría escuchar sobre el último número de la Revista chilena de Ciencia Política y lo que opino de él?
Aparentemente, nadie.
Así que lo escribo, probablemente a nadie. O a alguien que saltará esta página por lo aburrida y horrible que es. Por lo triste, por lo insignificante.
Así como me saltan a mí.
Mi problema diario: no encajar en ningún lugar.
Por eso no tengo pretendientes, por muy idiota que suene.
Siento que me tienen miedo, a decir algo y que sea gramaticalmente incorrecto, a escribirme un mensaje y que tenga faltas de ortografía, porque así es como malditamente me conocen.
Cuando me ven caminar por lo pasillos, con tanta determinación en no necesitar a nadie, lo creen tanto, que me dejan pasar. Nadie me detiene de manera cliché para decirme lo bonita que creen que soy, lo brillante que les parezco…No, no necesito eso, aparentemente.
¿Quién sería tan estúpido como para detenerme por lo pasillos? Nadie, no cuando desafío de manera innata lo que se me pare enfrente. No cuando mi mirada puede penetrar lo impenetrable, escondiendo mis miedos, problemas e inseguridades de todos y simplemente revelando una fuerza tan inquebrantable que hasta yo me creo, pero que sé que no es completamente verdad. No cuando me han escuchado debatir, "que miedo hablarle".
Pero, ¿cambiar por los demás? Eso no debe valer para nada la pena ¿o sí?