https://www.youtube.com/watch?v=1O_3806t1JM&list=RD1O_3806t1JM&start_radio=1
          
          Ella está ahí, justo al otro lado de esta montaña de oscuridad, y ese es mi único sol. Pero no solo es ella. Es el rostro de cada hombre que suda conmigo, cuyo sustento cuelga de un hilo tan delgado como el silbato de esa cosa de hierro.
          
          ¿Por qué? Porque dicen que la fuerza de cien hombres, atada a pistones y calderas, es inevitable. Dicen que lo que hago con mis manos es pasado, lento, ineficiente. Escucho el resoplido de esa bestia metálica, su aliento caliente y su taladro, taladro, taladro, monótono y sin alma. Y me pregunto si el mundo está preparado para rendirse tan fácilmente, para decir que el músculo, la voluntad, el juramento de un hombre, valen menos que el aceite y el acero.
          
          No es por el oro, ni por la gloria. Es porque si yo me rindo, ellos se llevan algo más que nuestros jornales. Se llevan nuestra dignidad. Se llevan la verdad de que un hombre, nacido para picar roca y mover montañas, todavía puede elegir su propio destino.
          
          Así que golpeo, golpeo hasta que el miedo se convierte en fuego. Golpeo por los que no tienen voz. Golpeo hasta que mi corazón se reviente en mi pecho, solo para demostrar que la vida hace un ruido más fuerte que el engranaje. Mañana, puede que esta cosa gane. Pero hoy... hoy aún soy yo. Hoy, mi martillo es mi voz, y mi voluntad es más fuerte que todo su vapor.