Muy en el fondo quiero gritar. Quiero llorar. Quiero volverme loca. Quiero romper lo que me cruce. Pero no puedo. No va a salir mi voz. No van a salir las lágrimas. No me voy a mover.
Me molesta este vacío. Esta indiferencia. Hacia todo. Hacia la vida. Hacia el mundo. Hacia mí misma.
Un pensamiento morboso rebota por los extremos de mi mente y nunca se va. ¿Qué sentirías si un día escuchas, de casualidad, que he muerto por mi propia mano? ¿Te importaría? ¿Acaso quiero que te importe?
Qué desbalance emocional. Desde que crucé el umbral de la puerta (2 horas y media) estoy al borde del llanto. Más bien llorando y al borde cada que paro.
Estoy tan segura de que en algún punto de mi vida me voy a suicidar. Es una realización que me acompaña desde inicios de la adolescencia y partiendo de allí jamás pude proyectarme siquiera metas anuales. Algo por compartir en terapia.
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