───────── La lluvia caía como una recompensa desde cielos grisáceos. Estrés, pecados y sangre siendo lentamente diluidos en gotas cristalinas salidas del empíreo.
Zephyr sacudió sus alas con un suspiro prolongado, la palma de su mano descansando en la empuñadura de su espada como una amenaza no verbal. Había sido otra noche cazando demonios, otra noche exterminando a quienes atormentaban a los mortales mientras estos dormían sin conocimiento alguno de la protección celestial que los acunaba.
Sus pasos resonaron bajo el oscuro velo de la noche en superposición a la sinfonía de la lluvia, su forma entera ahora empapada no solo con sangre y maldiciones de entes infernales, sino también con las lágrimas de los cielos.
Eventualmente, después de un trayecto solitario en calles desoladas (que afortunadamente le dejaron dejar atrás su preocupación de cubrir sus alas y aureola), había por fin llegado a su apartamento. Pequeño, ordenado, solitario en ocasión: pero suyo, aún así.
Con el cansancio ya pesándole en sus hombros como la cruz de su señor, empezó a quitarse sus zapatos con una lentitud digna de frustración; pero fue sobresaltado por una silueta femenina siendo iluminada bajo las luces artificiales que ahora se encendían con la velocidad de un parpadeo.
En un instante, sostuvo de nuevo su arma con la defensiva alzándose cual fénix de sus cenizas, pero su bravata murió el segundo apenas logró reconocer a la mujer frente suyo.
—¿Elioreh…? —su nombre salió de sus labios en un murmullo bajo, más duda que llamado. Alzó una ceja con cierto grado de confusión—. ¿Desde cuándo estás aquí?
; no tenía inspiración, pero aquí mi ofrenda.. . .. .