Sabía que no debía de haberme quitado la pijama. Era la señal para intuir también que no debí de salir de la cama tan siquiera. Ese momento de sinceridad destrozó mi mundo.
Podría jurar que escuché el suspiro de alivio que exhalaste. Podría jurar que vi la sonrisa de plenitud que esbozaste. Podría jurar que no escuchaste mi corazón romperse.
Podría jurar que sentí tus brazos alrededor de mi cuerpo, en un abrazo incómodo y apretado. Un abrazo incorrecto que no quise retribuir, pero tuve la obligación de hacerlo, porque era tu forma de agradecer el hecho de que comprendiera tu postura.
Pero ¿Y tú? ¿Entendías la mía?
Acababa de vestirme con la más hermosa de mis armaduras: la valentía. Pulí su metal con alcohol hasta que pude ver mi reflejo. Besé tus labios, luego de tu confesión, y muerta de la vergüenza.
Minutos después mi mundo se vino abajo. "Gracias, de verdad. Esto nunca me había pasado."
En cambio, a mi, si me había pasado. Yo siempre llego en segundo lugar, si tengo suerte. Yo fui, soy y siempre seré muy mala para el romanticismo.