«—¡Yo soy un friki y tú también lo eres, Dong Sicheng! ¡No hay nada en este plano terrenal que nos impida estar juntos!
—Yuta, voy a casarme en dos meses.
La relatividad con la que el tiempo hacia de las suyas era altamente propenso a crear situaciones de confusión e impotencia. El mundo, al ser el lugar más caótico e inverosímil que cualquiera pudiera si quiera pensar, se quedó en silencio. Un silencio mortal, como sacado de la peor película de terror que un artista como él podría llegar a conocer.
¿Cómo aceptas una confesión como aquella?
¿Cómo te obligas a procesar que la perfecta persona con la cual planeabas pasar más de 60 noches de repente dice que se casará?
El tiempo siempre fue complicado. El tiempo siempre fue un acertijo.
Dong Sicheng siempre había sido la estrella que más lejana parecía ser, pero... Había pasado demasiado tiempo creyendo en lo imposible y no cruzando de la mano con lo posible.
Alguna forma de regresar el tiempo, algún modo de quitar aquel anillo del huesudo dedo. Algún modo de que las lágrimas se detuvieran y la puerta de aquella cafetería de cuarta no se cerrara tras su partida.
—Algún modo de recuperarte debe haber...
Pero quizá era demasiado tarde para aquellos que creen en la docilidad del misericordioso, que caminan de rodillas y prefieren seguir sangrando antes que levantarse y curar las heridas.
Quizá era demasiado tarde. O quizá no. O quizá sí, ¿Quién demonios lo sabía?
Nakamoto Yuta podría saberlo, si tan solo hubiese aprendido a correr más rápido.
