Voy a contarles una historia. Es una maldita mariconería, pero espero que escuchen en silencio o tendré que cortarles la lengua. Hace mucho tiempo, el diablo convenció a Dios para que una vez cada mil años le enviará uno de sus ángeles. Prometió que si una de esas criaturas descendía al infierno, él dejaría libres las almas de mil hombres. Una por año. Dios aceptó ciegamente pero no quiso ser él quién decidiera que ángel descendería y sufriera ese tormento, así que reunió a todos sus querubines y preguntó si alguno de ellos tendría el valor de ser un cordero de sacrificio... Naturalmente nadie quería, entonces pensaron que lo mejor sería dejarlo a la suerte. Cada uno sacó una pluma de sus alas y decidieron que quien tuviera la pluma más pequeña, sería el desafortunado. La suerte escogió un pequeño ángel de ojos turquesa para ser el cordero del diablo. El infieron lo quebrantó con su maldita oscuridad. Los demonios le cortaron las alas y lo cubrieron con lamentos. El desdichado ángel lloró mares de diamantes y pensó que moriría antes de que se cunplieran los mil años. Fue en ese entonces que el diablo lo reclamó... Hechizado por las pequeñas chispas de luz que su ángel dejaba al paso, resplandeciendo cada lugar en el que se encontraba, pero el diablo no tenía ni puta idea de como tratar a un ángel así que lo lastimó. Demasiado. Se desesperaba al no poder tocarlo, porque sus manos estaban hechas para arrebatar almas y sus garras para lastimar a quien tocáse. Pensó en deshacerse del pequeño ángel antes de enloquecer por no poder tenerlo.